Hay quienes dicen que el bolero es cosa del pasado, que solo vive en los viejos vinilos y en la memoria de quienes alguna vez bailaron sobre las melodías de Daniel Santos y Soffy Martínez. Pero la verdad es otra: el bolero nunca se ha ido. Sigue latiendo en el pecho de quienes han amado, perdido y vuelto a amar.
Entre melodías interpretadas por tríos y sextetos, nos lleva en un viaje pasional que resuena en los acordes melancólicos de un requinto, deslizándose entre los silencios como un suspiro contenido. El piano sigue llorando con sus notas sostenidas, mientras los metales y las cuerdas tejen un lamento que abraza el alma. Voces que cantan al amor, a la ternura y, del mismo modo, a la traición y al dolor.
Porque el compás cadencioso del bolero es un vaivén que nos mece entre la esperanza y la nostalgia.
Nos transporta a esas tardes febriles donde, a lo lejos, un bolero aún se escucha en la radio. Porque la eternidad de su sentimentalismo sigue impregnada en las fibras de todos los que nos sumergimos en ese viaje de ritmo lento, que con su intimidad nos hace cantar, llorar, amar y bailar hasta el presente.
Porque su amor y su pasión no conocen de edad. Y los jóvenes también lloran.