Cinco años a la sombra de un totumo

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La memoria a corto plazo se me da mejor. Tengo recuerdos más vivos de los últimos años que de los muchos en los que he estado acá en el Camellón de Guanteros, aunque creo que ya nadie le dice así a esto por acá. Me parece que debería ser al revés y que mi memoria habría de tener más arraigado el recuerdo de viejas épocas, más lentas y domésticas dada mi vejez, pero no es así. Tal vez por todo el movimiento y la innumerable lista de sucesos que han pasado últimamente, que hacen que los retenga con más habilidad, puesto que me han hecho sentir, no sé si joven de nuevo, pero, por lo menos, más viva.

Bueno, tampoco es que no recuerde nada de antes. Así sea nublado o lejano, me parece sentir que se cuece algo en la vieja cocina, siento ruido de caballos en la calle o de máquinas atrás en la bodega. Incluso a veces creo ver pasar por el patio unas sombras que antes sentía propias, pero ya no las veo tan seguido. Se me dificulta también reconocer si algunas melodías lejanas se cuelan desde atrás de la casa o desde arriba en el segundo piso donde solía haber siempre muchachos, pero no sé si eso sí pasó, si son recuerdos o simplemente sueños. Eso fue antes, ese antes que ya siento muy lejano. 

Mi pasado reciente y que recuerdo con más facilidad está repleto de vida, de gente, música, libros, cuadros, comida, baile, risas e historias. Han pasado por acá tantas personas que sería difícil hacer justicia tratando de enumerarlos siquiera, y eso que, dependiendo de lo aquí los convocase, muchas veces venían casi uniformados: todos vestidos, hablando y hasta comportándose parecido, como si la música, la literatura o el arte en común los hiciera comportarse de una forma homogénea, como en manada. Eso por nombrar lo primero que se me viene a la cabeza.

Me gusta mucho sentirme acompañada de tantas cosas en tan poco tiempo. Me siento querida, apreciada y valorada. Muchas veces escucho a las personas que al entrar admiran el patio, la vegetación, las viejas baldosas y sobretodo la parte de atrás que aunque es vieja y pulida por el tiempo, es donde suelen concentrarse la mayoría de sucesos y personas. La mayoría dice que la dejen así, que no la cambien, que es parte del encanto del lugar y me gusta, pues a pesar de todo quisiera seguir siendo yo y al parecer lo que acá viene sucediendo es bien recibido y hasta necesario, según he escuchado. 

¿En qué estaba? Ah sí, que han pasado muchas cosas y sobretodo personas por acá, a veces como unos hormigueros alborotados y la casa hierve en una mezcla de música, baile y algarabía. A veces hay encuentros más silenciosos que ni cuenta me doy y otras tantas he visto mucho movimiento y al final pareciera no verse recompensado en visitantes. Pero hasta me da la sensación que muchas veces no ha afectado en nada, porque siempre suele haber mucha alegría de todas formas, como si  venir y compartir fuera lo más importante. 

He visto bailes de todo tipo: en parejas, grupos, a solas, a los brincos y hasta en clases; conciertos de tantas formas y géneros que se me dificulta recordarlos, pues en una sola noche podía haber dos o tres. Algunos estruendosos y efervescentes que sentía que me iba a desbaratar, pero afortunadamente nunca pasó; otros bailables y animosos que parecían venir de épocas antiguas que parezco recordar; también he visto otros más íntimos y silenciosos que embelesan cada espacio. Hay otros muy raros en los que alguien se pone a mover como roscas y botones,  y todos lo miran embelesados y como bailando, pero yo no veo que esté tocando nada. 

He oído gente conversando a viva voz mientras otros tantos escuchan atentamente, a veces leen libros o poemas que luego discuten animosamente. También he visto cubrir los pasillos y habitaciones con cuadros y objetos que luego muchos admiran y comentan de aquí para allá, otras veces parece que alguien enseña alguna cosa y muchos prestan atención. En ocasiones proyectan imágenes a la vieja pared y la casa se reboza de gente, o también me ha tocado que repasan pasajes musicales una y otra vez hasta que finalmente alguno de los presentes dice “sigamos” y continúan con sus interminables ensayos hasta tarde en la noche. 

En fin, a todo eso me he acostumbrado. A albergar tantas cosas que no son nunca una sola, a escuchar tantos acentos y ver tantas caras que se me funden y confunden en una sola. Deben ser los años. Me da lo mismo, porque igual siento que las personas que aquí vienen, por alguna razón, se sienten en casa, o por lo menos a muchos les he escuchado decir eso, y por qué no, es que soy la casa de muchos y de nadie al mismo tiempo. 

Hablando de gente, creo que sí alcanzo a reconocer con más familiaridad a unos que suelen venir muy seguido, cuando no hay gente y no acostumbran usar el timbre y por esto casi nunca los siento llegar. Se sientan a trabajar en silencio o a veces los siento conspirar entre todos y reír, incluso muchos participan de la música misma y los he visto cantar, tocar y bailar en alegres conciertos y desconciertos. Muchas veces pintan paredes y cuelgan cuadros luchando contra el cansancio y el tiempo para poder abrir las puertas y recibir visitantes que nunca se quedan quietos y desaparecen al rato, también suelen turnarse para quedarse hasta tarde cuidando que todo esté en orden y parecen arrear la gente para poder cerrar y dejarme descansar. 

Ellos no son muchos y creo que ya son menos, en ocasiones los he sentido preocupados, inmersos en causas comunes, dándole al mismo tiempo vueltas a asuntos mientras recorren la casa y recogen hojas secas del totumo o riegan los cuernos. Pero también los he visto contentos y celebrando muchas veces, como en familia, una nueva familia de esta casa. Debo decir que los llegué a extrañar últimamente,  pues siento que vinieron muy poco y es que realmente no vino casi nadie. Pensé que se venía una época de soledad y silencio porque me alcancé a sentir sola los últimos días ¿o serán meses? No lo sé. 

De a poco han ido regresando ellos y muchos más. Vienen a comer o hacen pequeños conciertos, pero son muy pocos comparándolos con mis recuerdos. Ya los bailes no son iguales ni tan seguidos, no hay tumultos ni tanta algarabía y viene poca gente la verdad,  pero por lo menos pasan cosas así sean pocas.  También me pregunté si es que estaban enojados conmigo y poco a poco se les ha ido olvidando, pensé que era impresión mía o achaques de la vejez, pero aunque es difícil saber qué pasa en el mundo que existe después de la puerta, he escuchado que así ha sido en todas partes últimamente. 

No sé si he cambiado mucho con el tiempo. Puede ser que cada cambio en mí era necesario, sanó rápidamente y pareciera que siempre he sido así. Incluso a mí misma me cuesta recordarme, pues donde había camas y escaparates ahora es una galería con cuadros y mucho espacio. Ya no hay un solo comedor grande sino muchos pequeños y bonitos libros exhibidos. Donde antes habían máquinas en un laberinto de trastos y polvo ahora hay instrumentos, atriles, sillas y puedo decir que allí habita la música. También había un parqueadero que ahora es cocina y donde era la cocina ya veo muchas copas y botellas. En fin, he cambiado, pero yo no me siento tan distinta. 

Como dije antes, me siento apreciada y valorada. Espero seguir estando acá, siendo yo misma, una casa, con mis paredes, mi patio, mi espacio para albergar tantas actividades y visitantes, porque ya no sabría cómo existir sin todos ellos. Me pareció escuchar que van cinco años desde que empezó todo, parece poco para tanta cosa, tal vez el tiempo corre rápido cuando se está disfrutando.  

También escuché que me tienen nombre: La Pascasia. No sé si yo sea tal cosa o sean ellos, los que me ocupan, los que me ponen bonita y atienden, los visitantes, la música, el baile, la tertulia o sencillamente todos. Seguramente todo eso pueda existir sin mí y en cualquier otra parte, pero me gusta pensar que aquí fue el comienzo de todo y que mi esencia ayudó a moldear este espacio que alberga muchas manifestaciones que andaban en busca de techo. 

Espero que el totumo siga dando sombra a todo lo que les he contado y a mucho más, pues aquí no solo suceden cosas, también se imaginan y se plantan ideas que germinan en otras partes. De puertas para adentro soy el resultado de mucho trabajo y convicción, para afuera, soy una casa común y corriente que espera continuar con las puertas abiertas al arte, al ocio y la tertulia y sean sus visitantes quienes, con su presencia, sigan alimentando el alma de este viejo caserón.    


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